
Cada domingo, el mismo infierno. Un pueblo de postal, con murallas medievales y calas de agua turquesa, convertido en pista de carreras. Tossa de Mar, en plena Costa Brava, ha dicho basta con el tema de las motos y las carreras ilegales.
Su alcalde, Martí Pujals, ha elevado la voz desesperado: "Tenemos accidentes casi cada semana. Me he quejado a Trànsit, a los Mossos, a la Generalitat… y la verdad es que ya no sé qué hacer", grita desesperado el hombre con el tema de las carreras.
Ni los Mossos pueden pararlo
El problema no es nuevo. Pero sí cada vez más grave. Las carreteras GI-682 y GI-681, que conectan Tossa con Lloret de Mar y Llagostera, se han vuelto campo de juego para centenares de motoristas que cada fin de semana se lanzan a competir por ver quién llega primero. Así, sin más. Como si fuera un videojuego o una carrera de MotoGP. Con adelantamientos ilegales, velocidades absurdas y una línea continua que parece decorativa.
"Es insostenible y dramático", repiten desde el ayuntamiento. Y lo es. Porque las curvas de esas carreteras de montaña no perdonan errores, y las entradas a las urbanizaciones son trampas letales cuando alguien sale despacio y se encuentra de frente una moto a 150 km/h. Ya ha habido demasiados sustos. Y demasiadas desgracias.
Los controles de Trànsit, los Mossos d’Esquadra, incluso los helicópteros de vigilancia, apenas disuaden. La escena se repite: más de 300 motos aparcadas en los miradores, esperando su turno para la siguiente tanda. Una mezcla peligrosa de ego, ruido y adrenalina que convierte cada domingo en una ruleta rusa para quien simplemente quiere llegar o salir del pueblo con vida.
El Ajuntament estudia ahora reformar los accesos a las urbanizaciones para ganar visibilidad, pero insisten en que la única solución real pasa por una vigilancia constante y sin contemplaciones. No por capricho, sino porque los accidentes colapsan los accesos durante horas. Y eso significa cancelaciones de reservas, pérdidas para los restaurantes y comercios locales, y una convivencia cada vez más tensa con los visitantes de dos ruedas.
En verano, el cóctel se complica aún más. Al tráfico habitual se suman ciclistas, coches de turistas y autobuses. La carretera se convierte en un cuello de botella tan espectacular como peligroso. Tossa, mientras tanto, sigue esperando una respuesta que llegue antes del próximo siniestro.
Imágenes | DGT